lunes, 1 de diciembre de 2008

Sus señorías ausentes

A menudo salta a la palestra de la opinión pública el manido tópico del "absentismo laboral" de los diputados. Ciertamente, resulta muy visible y escandalosa la imagen de los escaños vacíos, de las sesiones parlamentarias en las que el orador en cuestión comparece ante una audiencia ausente, especialmente en los debates sobre el estado de la nación. Frente a esto, lo sencillo es recurrir al argumento superficial y demagógico de que los señores diputados son unos haraganes de manual y que viven a costa de todos sin asisitir a su puesto de trabajo como cualquier ciudadano de a pie. Sus señorías se defienden argumentando que no se trata de absentismo, sino que el trabajo de un diputado no consiste solo en ocupar el escaño asignado sino en otras muchas tareas que se llevan a cabo en otras dependencias. No mienten al afirmar tal cosa, y eso es lo más escandaloso bajo mi punto de vista.
Si un diputado trabaja en su despacho -o un lugar no especificado ajeno al hemiciclo- está operando al margen del escrutinio público. El ideal democrático dictamina que un representante de la soberanía nacional debería deliberar públicamente, a la vista de todos y a los medios de comunicación. Delegamos nuestro poder en políticos a cambio de que hagan un uso transparente del mismo, a la vista de todos. Esa es la filosofía de las sesiones parlamentarias, y es por ello que se publican en Internet los diarios de sesiones y también las televisiones y radios están invitadas a dichas sesiones. Cuando un diputado no participa de las deliberaciones públicas el motivo es claro: las decisiones se están tomando en otro lugar -en la intimidad de los despachos y pasillos- donde los favores y los maletines se intercambian con discrección, a escondidas del dedo fiscalizador de la ciudadanía crítica.
Para entender qué ha pasado para llegar a esta situación es interesante leer el capítulo 4 del libro de Colin Crouch: "Posdemocracia". Este autor define la política contemporánea como una red de círculos concéntricos y relacionados entre sí de mayor a menor. El círculo más pequeño, y donde se concentra casi todo el poder, es aquel formado por el líder del partido y sus asesores. Inmediatamente después están los representantes parlamentarios. Luego los miembros activos del partido, que son los activistas locales del mismo que se implican con su trabajo. El último círculo son los miembros corrientes y los votantes locales (los que detentan el "voto cautivo" hacia el partido, sin cuestionarse jamás otro). Crouch añade que en el primer círculo -el del liderazgo- se sientan a menudo como convidados de honor los representantes de los lobbys (bancos, empresas, minorías poderosas...).
Aquí está la raiz de todo el intríngulis. Las decisiones realmente importantes las toman en secreto el líder, sus asesores y los lobbys que financian los partidos. El resto de los círculos del sistema tiene una utilidad meramente folclórica e instrumental: todos cierran filas en torno al líder y le ofrecen el servicio de trabajar para que sea el más votado y pueda ejercer el poder. Ni menciono ya el insignificante papel que jugamos los ciudadanos en esta democracia virtual, grotesca y decadente.


Concretamente el Congreso de los Diputados es un teatro donde se representa diariamente una ficción: la tragicomedia de la soberanía nacional, amenizada de vez en cuando con exabruptos y chascarrillos de actores de comediata como Vicente Martínez Pujalte. Los diputados van al hemiciclo con los guiones de sus comparecencias redactados por la camarilla del líder y el voto es homogéneo en todo el grupo parlamentario. En ese contexto tan aburrido y previsible, ¿qué valor real tiene el debate y la confrontación de ideas? Los grupos de presión y de poder "argumentan" razones más poderosas y contundentes que el debate parlamentario. Es por eso que los diputados no mienten cuando justifican sus ausencias del hemiciclo. La partida interesante se juega fuera.
Esta es la realidad de nuestra democracia posmoderna y su grave déficit de representatividad. Así es este sistema, en el que lobbys y líderes se acuestan juntos y hasta se intercambian los papeles a menudo (Manuel Pizarro salta de la presidencia de Endesa al nº2 de la lista del PP por Madrid). Nosotros -los ciudadanos con derecho a voto pero no a voz- siempre podremos patalear y exigir a los diputados que "fichen" antes de entrar. Benditos nosotros, que creemos que la democracia será más plena con eso.

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