domingo, 30 de agosto de 2009

Historias del estío gaditano

Para quienes no conozcan la "Tacita de Plata", la playa de La Caleta es una de las más emblemáticas de la ciudad. Se trata de una ensenada pequeña, enmarcada por dos castillos históricos y enclavada en el barrio más antiguo de la ciudad más antigua de occidente. Desde luego, no es una playa paradisíaca según los cánones. El espacio es pequeño y suele estar atestado de gente en verano. La mar que baña esa costa no es límpida, pues se encuentra semienclaustrada entre dos lenguas de tierra y las pequeñas embarcaciones que se fondean allí no ayudan demasiado a mantener la transparencia del agua.
No obstante, es un lugar encantandor. Es difícil entenderlo sin verlo, pero ciertamente se respira cierta magia en el ambiente: no sólo por lo pintoresco del lugar sino por lo auténtico del carácter humano que vibra en la zona, de la pureza de las gentes que pueblan aquel rincón de Cádiz y de las historias protagonizan en aquella playa de barrio, tan diferente de los tranquilos y aburridos arenales donde todos solemos preferir pasar un día de playa.
La historia que cuento a continuación tiene lugar allí, en La Caleta, pues no podía ser en otro sitio. Juan, un socorrista de los que presta servicio en esa playa, decidió amenizar los habitualmente intrascendentes mensajes que se dan por megafonía con algunos "chascarrillos" de su cosecha. Rompiendo lo aséptico de los comentarios habituales, Juan lo regaba todo con un poco de cachondeo -que no hace daño a nadie- hasta el punto de que media playa enmudecía expectante cuando los tres tonos prologaban un mensaje de los socorristas. A continuación se podían oír cosas como las que recoge en su blog Chapu Apaolaza:

“Se recomienda a los bañistas que extremen las precauciones. Se acerca una plaga de medusas con muy malas ideas” “Se recuerda que están prohibidos los juegos de pelota. Comprarse un parchís, picha” “Son las seis de la tarde. Hora de merendar” “Se ha perdido un niño. No sabe ni hablar. Lleva un bañador colorao. No digo más” “Se terminan los servicios de playa. Les esperamos mañana en La Caleta. No se vayan a Cancún” “Se terminan los servicios de playa. Mañana cambia el viento. Traerse una rebequita”

Aquí termina esta historia divertida y curiosa. Los responsables de la empresa -que seguramente no son gaditanos- entendieron que los mensajes podían afectar a la seguridad de los bañistas (¡!) y han expedientado al socorrista, de vocación monologuista (que, coñas aparte, ha salvado a cuatro personas sólo este verano). Lástima que el relato no pueda tener un final diferente y que fueran más los trabajadores capaces de rebelarse contra el hastío de lo burocráticamente correcto, de aportar esa chispa especial y de firmar la más tediosa de las tareas con una sonrisa ajena. Claro que el humor implica inteligencia y un punto de rebeldía, probablemente lo último que desea estimular la empresa concesionaria y el Excelentísimo Ayuntamiento de Cádiz.


(Así cuenta la historia La Voz de Cádiz y así lo cuenta en este periódico el protagonista)

3 comentarios:

Osvaldo dijo...

Me gustó la anécdota de La Caleta, ojalá que Juan pueda seguir amenizando la estadía de la gente en la playa, salvar vidas no tiene por qué ser aburrido.
Pequeños detalles de cada lugar que los terminan haciendo únicos :-)
¿Usted cree que Juan se dé por vencido?
¡Saludos!

Daniel dijo...

Gracias por su visita, Osvaldo.
Yo creo que este tipo de personas nunca se dan por vencidas. Tal vez porque no son conscientes de su activismo cuando subvierten las estructuras de lo políticamente correcto.

Un saludo

Osvaldo dijo...

Concuerdo, probablemente Juan no se haya puesto a pensar en eso, y consecuentemente, no se ve envuelto en conflictos morales que le roben espontaneidad a lo que hace.