domingo, 16 de noviembre de 2008

El tren de la vida

Arranca el tren de nuestra vida en el útero materno. Poco a poco, iniciamos el viaje, subimos montes verdes con cuidado y lentamente. La locomotora aun es frágil y avanza despacio. Poco a poco rodamos la máquina y empieza a acelerarse la marcha. Pasamos las primeras estaciones: guardería, colegio, instituto, facultad... En cada parada sube gente nueva -que nos hace más grato el tramo- pero casi todos se apean en la siguiente estación. Sólo unos pocos continúan sentados en el vagón y así, gradualmente, el tren se llena de gente que nos acompaña en este viaje.

Un día conocemos a alguien especial que se sienta con nosotros a los mandos de la locomotora. Proseguimos el viaje juntos y sabemos que ella ya nunca bajará del tren. Mientras tanto, el convoy sube y sube, cada vez más rápido, cada vez más alto. Poco a poco, los esfuerzos encuentran su recompensa. Pasamos muchas estaciones, pero cada vez suben menos personas y baja más gente de antes. Nuestros vagones son cada vez más suntuosos, pero están más vacíos. Otros trenes compiten por ser los primeros, los más rápidos, los más potentes y los más modernos. Todos concentran su mirada -cargada de ambición- en la vía y prácticamente ninguno intenta siquiera disfrutar del paisaje.

Un cambio de rasante llega sin avisar: llegamos a lo más alto en un momento efímero y la vía empieza a ir cuesta abajo. Iniciamos una caída vertiginosa. El tren avanza estrepitosamente y sin frenos hacia un abismo incierto. Los años empiezan a correr y a escaparse sin que podamos evitarlo. La máquina cada vez es más vieja, está más oxidada y hace más ruido. Empieza a ser un estorbo en los railes, y locomotoras más nuevas avasallan para hacerse camino y adelantarnos.

Ya no es cómodo viajar con nosotros. Es por eso que aun pasando nuevas estaciones ya nadie sube. Quienes han aguantado a nuestra vera hasta este punto ya nunca nos dejarán. Un día nuestra locomotora llega renqueante y exhausta al último apeadero. La máquina respira trabajosamente y expira su última bocanada de humo blanco. Echamos la vista atrás y observamos quienes quedan en los vagones. El viaje termina y rendimos cuentas ante Dios, o ante quien corresponda. Bajamos del tren sólos, al igual que subimos.

Foto: Gumias

5 comentarios:

daniel dijo...

Te encuentras mal?. Animo que si el tren sube tu tienes fuerzas. Aún eres joven. Ya empezará la cuesta a bajar y entonces no necesitaras fuerzas. Cuanto más empinada (-) mas velocidad coge y menos esfuerzo necesitas, pero para eso tienes que subir muchas cuesta con tu esfuerzo. Ánimo que te queda mucho para llegar a la cima.

Juan Pedro dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Juan Pedro dijo...

Interesante reflexión. Es verdad que nuestros trenes terminan así el Gran Trayecto de la Vida.Quizá, una asignatura pendiente para el futuro sea dignificar la vejez y los logros conseguidos en la Vida. Pese a todo, merece la pena el viaje.
Un saludo.

Anónimo dijo...

Ya hemos hablado antes de cómo terminaremos pasando por determinada estación de nuestra vida. Lo triste de todo esto es saber predecir con quiénes nos quedaremos al final y pensar cómo no nos dimos cuenta antes...

...O no, quizá esa sea la mayor ventaja, el poder extraer todo lo bueno así como las lecciones que el tiempo y el mundo tienen que ofrecernos.

Algunas cosas, sencillamente, hay que dejarlas correr. La vida son dos días ¿no?

Daniel dijo...

A Daniel:
De momento no me preocupa que quede mucho o poco para llegar arriba, simplemente quiero disfrutar del camino. Te agradezco tus ánimos.

A Juan Pedro:
Sí. Yo también creo que dignificar la vejez es una asignatura pendiente. Pero en una sociedad donde sólo se valora a la gente por lo que produce y por sus rendimientos económicos ser viejo sigue siendo un estorbo.

A Ainhoa:
Matizo: La vida son dos días y uno siempre llueve ;)

Un saludo cordial a los tres y gracias por la visita.