domingo, 15 de febrero de 2009

La mató con un cenicero y lo confesó en San Valentín. Ella todavía vive en los carteles -cada vez más desleídos- presidiendo ese llamamiento esperanzado que sus padres lanzaron al mundo cuando quizás eran los únicos ingenuos que no conocían su triste destino. Muerta la esperanza solo les queda el dolor descarnado que deja el vació de la hija ausente y el rencor hacia el cobarde que la apagó para siempre.
Maldito sea su asesino y los de su especie. Malditos los que quiebran una vida a golpes. Malditos los que no merecen el amor de una mujer y responden con violencia cuando ella les niega lo que nunca les correspondió. Bendita sea esa chica, que hoy descansa con el frío Guadalquivir como sudario. Que el lánguido fluir de sus aguas no arrastre nunca el recuerdo de su tragedia.
Esta noche nos conjuramos contra la barbarie de esos hombres...

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