domingo, 31 de enero de 2010

¿Desaparece el libro?

Con motivo del auge del e-book, el regalo estrella de las pasadas navidades, no ha faltado quien ha augurado el final del libro de papel tal y como lo conocemos hoy. Tertulianos, gurús de las nuevas tecnologías y todólogos/todócratas de diverso pelaje han cerrado filas en torno al discurso tecnologista 2.0 y han matado al libro que hoy conocemos, asegurando que los editores en los próximos años preferirán invertir en el libro electrónico dejando de lado un arcaico modelo editorial basado en la celulosa.
Estos pseudodiscípulos iletrados de Marinetti, gafosos mediocres deslumbrados por el brillo de sus pantallas TFT, se atreven a matar al libro y regondeándose en su soberbia creen que un archivo digital interpretado por una maquinita puede sustituir uno de los soportes más antiguos, que es el libro de papel.
Es casi seguro que quienes aseguran esto nunca disfrutaron de la lectura como experiencia multisensorial: nunca experimentaron el aroma químico de un libro nuevo, ni se recrearon con el olor especial de un libro viejo; nunca acariciaron el tacto aterciopelado de las palabras impresas en papel; nunca se sorprendieron leyendo las glosas que otro lector anónimo garabateó en un margen; nunca se emocionaron pasando las páginas amarilleadas de un ejemplar que primero leyeron sus abuelos y luego sus padres.
Me niego a leer en una pantalla que ,aunque se vista de seda, pantalla de queda. No pienso dejar de llevarme libros a la playa ni pienso permitir que las limitaciones técnicas de una batería de litio me apaguen de cuajo las palabras de Benedetti, Saramago o García Márquez. Tampoco estoy dispuesto a dejar de recordar a quienes me regalaron un libro con dedicatoria manuscrita en la primera página.
Mi pronóstico es que mientras haya personas que piensen como yo, el libro tal y como lo conocemos seguirá vivo (aunque se adapte en su modelo de mercado). Tampoco me atrevo a pronosticar el final del libro electrónico, aunque sí aseguro que no nace por limitaciones que tenga el libro tradicional. Los tecnologistas le achacan problemas de coste, pero lo cierto es que el libro es un producto barato, prácticamente gratuito, y que en España se venden más libros de los que se leen. Si leemos poco no es porque salga caro fabricar y vender libros de papel, sino porque la lectura es una actividad intelectual compleja y la sociedad es cómoda. Quienes se compren estos aparatejos con la excusa de que van a leer más serán los mismos que hoy dejan los tomos del best-seller de moda criando polvo en las librerías.

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